sábado

CUARENTA Y CINCO

Maniatados, los unos contra los otros, de par en par, avanzaban sin respiro hasta el lugar del encuentro. Nadie calmaba su sed, nadie se hacía eco de su desenlace.

Eran ignorados.

Poco a poco, se fueron acercando, mientras desde el río, asomaban las almas ahogadas, desde la ciudad las almas torturadas, desde los campos y los montes las de las fosas comunes.

Músicas, pinturas, esculturas, danzas, obras de teatro, relatos, cuentos, ensayos, novelas y poesías, de análogos contenidos, llegaron desde todo el mundo a poblar los vacíos de las almas y clamar por ellas, dando color a la desdicha y persiguiendo pasivamente las mentes de sus torutradores, para colmar sus espacios de silencio, hasta hacerlos insoportables de cultura.

El coche avanza entre los árboles que acompañan el camino. La tormenta y la lluvia los encuadra. Se acabaría la miseria, se irán acabando los miserables.

Sólo podían mirarse entre ellos, angustiados, con el estómago latente, verificando que el futuro temido, finalmente ya es: Lo único que los calmaba.


Maniatados, los unos contra los otros, de par en par, caminaban sin respiro hasta el lugar del encuentro.

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